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Trail Running España

El guardián de las flores

10/02/2020
Guardian flores - principal

Nuestro colaborador Roberto López Cagiao nos escribe para publicar un fragmento de una persecución al más puro estilo trailero, de su última obra ambientada en las Fraguas del Eume, El Guardián de las Flores. Esperamos que lo disfrutéis.

Las Fraguas del Eume

La vio salir. No sabía si acababa de firmar su sentencia de suicidio, pero al menos se cuidaba de que una de las dos llegase intacta arriba. Era imposible que llevase a Portela a rastras esa media hora y que no lo hubieran cogido. Podía haberse arrastrado por algún otro camino, pero mirara para donde mirara solo veía un bosque denso y enorme. Echó de menos a Rafa. No se daría por vencida tan fácil. Empezó a andar en horizontal. Conocía la orografía de las Fragas.

El río formaba un enorme valle que subía casi hasta los cuatrocientos metros en poco más de un kilómetro. Se limpió la boca, la tenía llena de hojas y mierda varia. Se sentó un segundo en una de aquellas piedras fantasmagóricas, rodeadas de verdín. Abrió la mochila y se comió una de aquellas barras de cereales que le había metido Rafa, necesitaba recuperar energía. Visto desde su perspectiva aquello era espectacular. La bajada era tan vertical que daba vértigo solo mirar. Un solo paso en falso y cualquiera caería sin descanso valle abajo.

Las Fraguas del Eume
Las Fraguas del Eume

Portela

Solo pensaba en Portela, en cómo estaría y dónde estaría. Le pareció escuchar un ruido a unas decenas de metros de ella. Se levantó. Empezó a andar. Llegó hasta una zona de rocas. Le sorprendió por el volumen. Eran inmensas, allí en el medio del monte. Intentó no caerse, se agarraba a todo, tenía las manos sangrando. Continuó caminando, se dio cuenta que ya, sin sentido, y sin móvil, le era imposible saber dónde estaba. Pero había una cosa que sí sabía, si se tiraba hacia abajo llegaría al río.

Derrotada, creyó que esa sería su única solución. Empezó a bajar con algo de cuidado, si se le iba una pierna sabía que rodaría. De repente se encontró con una zona llena de tojos gigantes, impenetrables. Intentó rodearlos por un lado, imposible. Intentó rodearlos por el otro, imposible también. Le cayó una lágrima de desesperación. No podía permitírselo. Eran las ocho, aún quedaba al menos hora y media de luz. Intentando escalar una de aquellas paredes de tojos encontró un camino de rocas y lo siguió. Estaba otra vez en el río. ¿Pero sería el mismo? ¿Sería otro? ¿Dónde estaba? Intentó bajarlo. A los pocos metros se encontró una caída abrupta que terminaba en una cascada infinita, pero no era la misma que ninguna de las que había visto. Psicológicamente aquello estaba pudiendo con ella. Intentó rodearla. Otra muralla de tojos. Cruzó al otro lado. Encontró un sendero que bajaba, peligroso, pero se dejaba ir, ya no notaba el dolor en ninguna parte del cuerpo. Entonces lo vio.

Estaba allí de pie

Parado. Al otro lado del río. Retándola. Por un momento creyó estar soñando. O teniendo una visión por el cansancio y la desorientación. Cerró los ojos. Pero cuando los volvió a abrir él seguía allí. Empezó a correr hasta él. Llegó al río, resbaló, estaba helada, casi tanto como su sangre. Atravesó aquel bosque que más parecía tropical que atlántico y lo vio correr. Estaba dirigiéndola hacia algún lado. Si quería, jamás podría cogerlo. No lo perdía de vista.

Estaba allí de pie...
Estaba allí de pie…

Vio cómo volvía a cruzar el río hacia el otro lado justo donde había una gran desprendimiento de piedras desde el margen derecho. Y cómo seguía río abajo. Intentó apretar el paso. Un par de veces le dio el alto, pero era del género gilipollas. No tenía sentido. Por mucho que corriera, aquel ser corría más que ella. Solo podía ver una masa negra que sorteaba obstáculos como si fueran chocolatinas. Tras otra pequeña cascada apareció ante ella un muro a media altura. Se subió. Fue cuando más cerca lo tuvo. No les separaban ni cuarenta metros.

Podía intentar dispararle.

Tenía que ser consciente. Nunca dispararía a nadie por la espalda. Seguían bajando sin descanso. Entonces, casi sin notarlo, como un fantasma, lo perdió de vista. Y ante ella apareció un camino mucho más visible que cruzaba sobre el río. Giró a la izquierda y, con lágrimas en los ojos, se dio cuenta de que estaba a la orilla del Eume.

Aquel asesino, aquel ser horrible, la acababa de guiar hacia el río. No se lo podía creer. Lo había tenido al lado y estaba segura de que él en ningún momento se había sentido en peligro. Solo quería sacarla de allí. Una patrulla estaba aparcada en la entrada del camino. No pudo llegar, cayó diez metros antes. Estaba destrozada, por dentro y por fuera

¡¡NO SEREMOS LOS MEJORES, PERO ENTRE TODOS SOMOS LOS MÁS MOLONES!!

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